9/9/17

Dos Cartas sobre «El Desafío» de Jorge Luis Borges








(La publicación de uno de los capítulos [El Desafío]
que integran la «Historia del tango» valió
a su autor estas dos cartas, que ahora enriquecen el libro)
C. del Uruguay (E. R.),
27 de enero de 1953
Señor 
Jorge Luis Borges
He leído en La Nación del 28 de diciembre «El Desafío».
Dado el interés que usted manifiesta por hechos de la naturaleza del que narra, pienso que le será grato conocer uno que contaba mi padre, fallecido hace muchos años, diciéndose testigo presencial del mismo.
Lugar: el saladero «San José» de Puerto Ruiz, próximo a Gualeguay, que giraba bajo la firma Laurencena, Parachú y Marcó.
Época: Allá por los 60.
Entre el personal del saladero, casi exclusivamente de vascos, figuraba un negro de nombre Fustel, cuya fama como diestro en el manejo del facón había trascendido los límites de la provincia, como usted verá.
Un buen día llegó a Puerto Ruiz un paisano lujosamente vestido al estilo de la época: chiripá de merino negro, calzoncillo cribado, pañuelo de seda al cuello, cinto cubierto de monedas de plata, en buen caballo aperado regiamente: freno, pretal, estribos y cabezada de plata con adornos de oro y facón haciendo juego.
Se dio a conocer diciendo que venía del saladero «Fray Bentos», donde se había enterado de la fama de Fustel, y que, considerándose muy hombre, deseaba probarse con él.
Fue fácil ponerles en contacto, y no habiendo motivos de ninguna clase de malquerencia, se concertó el lance para el día y hora determinados, en el mismo lugar.
En el centro de una gran rueda formada por todo el personal del saladero y vecinos, comenzó la pelea, en la que ambos hombres demostraban admirable destreza.
Después de largo rato de lucha, el negro Fustel consiguió alcanzar a su rival con la punta del facón en la frente, haciéndole una herida que aunque pequeña empezó a manar bastante sangre.
Al verse herido, el forastero tiró el facón y, tendiéndole la mano a su contrincante, le dijo: «Usted es más hombre, amigo».
Se hicieron muy buenos amigos, y al despedirse se cambiaron los facones en prueba de amistad.
Se me ocurre que manejado por su prestigiosa pluma, este hecho, que creo histórico (mi padre nunca mintió), podría servirle para rehacer el libreto de su film, cambiando el nombre de «Los orilleros» por «Nobleza Gaucha», o algo parecido.
Lo saluda con especial consideración
Ernesto T. Marcó

§§§
Chivilcoy,
diciembre 28 de 1952
Señor Jorge Luis Borges, en La Nación

De mi distinguida consideración:
Ref.: Comentarios a «El Desafío» (28/12/52)

Escribo esto con un propósito de información y no de rectificación, por cuanto lo esencial no sufre alteración alguna, variando sólo algunas formas del hecho.
Muchas veces escuché a mi padre detalles del duelo que sirve a la sustancia de El Desafío aparecido en La Nación de hoy, quien a la sazón habitaba en un campo de su propiedad sito en las proximidades de la «Pulpería de Doña Hipólita», cuya playa aledaña fue el escenario en que se desarrolló el terrible duelo entre Wenceslao y el paisano azuleño —el mismo visitante se lo dijo a Wenceslao que procedía del Azul, hasta donde llegaran las mentas de la destreza de éste— que vino a dirimir posiciones.
Cerca de una parva de pasto seco comieron los rivales, seguramente estudiándose, y cuando tal vez los ánimos se acaloraron, vino la invitación a un visteo hecha por el sureño y aceptada en el acto por el nuestro.
Saltarín como era el azuleño, resultaba inalcanzable para el facón de su rival, prolongándose la lucha en perjuicio de Wenceslao. Desde arriba de la parva un peón de Doña Hipólita, que había cerrado la puerta de su pulpería en vista del cariz de la cuestión, presenciaba atemorizado las alternativas de la pelea. Resuelto Wenceslao a obtener una decisión, descubrió su guardia ofreciendo su brazo izquierdo protegido por el poncho que tenía arrollado. Cayó como el rayo el del Azul con un terrible hachazo descargado sobre la muñeca de su contrincante al tiempo que la punta aguzada del facón de Wenceslao lo alcanzaba en un ojo. Un alarido salvaje rasgó el silencio de la pampa, y el azuleño puesto en fuga se refugió tras la sólida puerta de la pulpería mientras Wenceslao pisaba su mano izquierda sostenida por una tira de piel y de un tajo la separaba del brazo, metía el muñón en la pechera de su blusa y corría tras del fugitivo, rugiendo como un león y reclamando su presencia para continuar la lucha.
Desde ese entonces a Wenceslao se le conocía por el manco Wenceslao. Vivía de su trabajo en tientos. Nunca provocaba. Su presencia en las pulperías fue prenda de paz, pues bastaba su enérgica advertencia proferida calmosamente, con su voz varonil, para desalentar a los pendencieros. Dentro de esa pobreza fue un señor. Su vida sencilla tuvo trascendencia, porque su orgullosa personalidad no toleró el insulto y ni siquiera el desdén, y su profundo conocimiento de las debilidades humanas le hizo dudar de la imparcialidad de la justicia de aquel entonces y por eso acostumbróse a hacérsela por sí mismo. Ahí estuvo su error, en cuanto a su propia conservación.
La trastada de un gringo lo obligó a proceder, y de allí partió su desgracia. Una numerosa comisión policial integrada por civiles lo acorraló en una pulpería adonde fuera en busca de los vicios. La lucha a arma blanca, de 5 a 1, se resolvía ventajosamente para Wenceslao cuando el certero disparo de un civil tendió para siempre al héroe del cuartel 13.
Lo demás es exacto. Vivía en un rancho con la madre. Los vecinos, entre ellos mi padre, lo ayudaron para construirlo. Nunca robó.
Hago propicia la oportunidad para saludar al talentoso escritor con expresiones de mi admiración y simpatía.
Juan B. Lauhirat



En Evaristo Carriego (1930)
Imagen: Borges por Leon Anthony Enriquez (2014) [+]


7/9/17

Jorge Luis Borges: Por los viales de Nîmes









Como esas calles patrias
cuya firmeza en mi recordación es reclamo
esta alameda provenzal
tiende su fácil rectitud latina
por un ancho suburbio
donde hay despejo y generosidad de llanura.
El agua va rezando por una acequia
el dolor que conviene a su peregrinación insentida
y la susurración es ensayo de alma
y la noche es benigna como un árbol
y la soledad persuade a la andanza.
Este lugar es semejante a la dicha;
I yo no soy feliz.
El cielo está viviendo un plenilunio
y un portalejo me declara una música
que en el amor se muere
y con alivio dolorido resurje. [sic]
Mi oscuridá difícil mortifica la calma.
Tenaces me suscitan
la afrenta de estar triste en la hermosura
y el deshonor de insatisfecha esperanza.




Luna de enfrente, Buenos Aires, Editorial Proa, 1925
Poema excluido por Borges en la edición de 1943 y siguientes

En Textos recobrados 1919-1929 (1997)
Buenos Aires, Sudamericana, 2011


Nota de esta edición:

Luna de enfrente, 1925, contenía veintisiete poemas. Al reeditar su poesía en 1943 Borges excluyó: "Tarde cualquiera", "La vuelta a Buenos Aires", "A la calle Serrano", "Patrias", "Soleares", "Por los viales de Nîmes", "El año cuarenta" y "En Villa Alvear". Incluimos a continuación estos ocho poemas que no fueron publicados en revistas antes de la primera edición del libro. Publicamos también las primeras versiones editadas de "Los llanos" (pág. 182), "Jactancia de quietud", "Singladura" y "A Rafael Cansinos Assens" (págs. 196-197), "Montevideo" (pág. 199), "Dualidá en una despedida" (pág. 203) y "Antelación de amor" (pág. 204). Los restantes poemas que integraban la primera edición de Luna de enfrente fueron corregidos por Borges a lo largo del tiempo; puede encontrarse su última versión en Luna de enfrente y Cuaderno San Martín, Buenos Aires, Emecé Editores, 3a edición, 1995.
El colofón de Luna de enfrente dice: "Este libro se acabó de imprimir el día 4 de Noviembre de 1925 en los talleres de G. Ricordi e C. que tienen su residencia en Buenos Aires. Calle Bolívar, 1610".


Entrevista de los periodistas Paloma Chamorro, José Luis Jover y el poeta y biógrafo del autor, Marcos Ricardo Barnatán, a sus 77 años.


6/9/17

Luis Izquierdo: Eterno presente






El don más preciado de la memoria es el olvido, la conciencia de que, cortocircuitada aquélla, permanece éste en una extraña levitación que llamamos presente. Retóricamente corre el año de 1985, y Jorge Luis Borges acaba de cumplir los 86. Entre las muy escasas, ésa es una de las más paradójicas y sutiles gracias de que, disponemos. Rara además, pues el argentino provoca a menudo las convenciones heredadas, orillando una ausencia de ecuanimidad tan convencida como educada y sujeta a renovables cambios. El desconcierto periódico que ocasiona es la exacta compensación ante la rigidez del culto literario establecido. Ha contribuido al acervo, en su caso nada común, de una lengua cuyos límites intenta arbitrar la Academia. Borges recuerda a Paul Groussac, lamentándose a cada nueva edición del diccionario por los encantos que aún conservaba la anterior.


En discurso fluido, fiel y lateral como los datos que sólo están ahí para empujarnos a una búsqueda que no reside en comprobaciones puntuales, Jorge Luis Borges dicta unos relatos y una elasticidad mental improcesable. Sencillamente, hace acopio de una biblioteca sin títulos ni autores, absorbidos todos como están en la pura evocación imaginativa del emancipado.
Perplejidad, indiferencia y ambigüedad. Se diría que el paradójico visionario o el único dotado de certeros ojos reclama para poder seguir tirando esa rasa trinidad irreductible de realidades que postula como derechos para el receptor postrero del mínimo consuelo inútil que es la literatura. Han pasado tantas cosas y parecen pesar tan poco, que esa doble conciencia viene a anular el orgullo de quien se escandaliza, con toda razón, de que no estalle de una vez la rebeldía o de un solo golpe concluya la impostura. Mas ya que permanece la imposibilidad de la primera y sería temeraria la creencia en la repentina eliminación de la segunda, su decir se limita a mantener a raya las asechanzas e intenta modos de decir distantes y reparadores de esa pertinacia, irreductible también, que es la existencia.
Frágil balance pensativo
Es un decir de frágil balance pensativo, nunca detenido en un fiel inmóvil y que se prolonga en poemas o narraciones permutables. Esos poemas y prosas se intercambian matices y rehúyen el tono declaratorio. A fuer de conservador, Borges resulta indefinible como la inaveriguable línea de separación si existe entre el deslizamiento de poesía a narración y ensayo en sus páginas.
Como ciudadanos de Babel es imposible no reconocernos en Borges. Su rioplatense (ese correctivo natural frente a las discriminaciones del maestro Castro) alberga tanta savia europeo americana que los sonetos llegan a redimir, por ejemplo, la gastada utillería de los recursos para el pulimento. Jugando a la eternidad en inglés o alemán (de Everness a Ewigkeit), desgrana su admirable y monótona variación disidente contra lo castizo. Y contribuye así tanto más a conservar aun frente a sus opiniones, aleatorias al fin como la evaluación que de sus cuentos hace para mantener el reto con los lectores la relación viva con algún autor tal vez no tan eximiamente menor como él. Sin duda nos ha enseñado a verlo todo más contingente, en un medio expresivo demasiado proclive a los pronunciamientos tajantes. Seguiré gustando, tal vez mejor, de Antonio Machado y de García Lorca, de Alberti y de Hernández, de Baroja y de Galdós, pero no me quedará más remedio que comprender la mirada reticente de un antípoda imprescindible.
Jorge Luis Borges difumina la determinante anfractuosidad de las rotundidades sólidas que con frecuencia coagulan el castellano. Con el adverbio al frente el matiz por delante, su frase pierde la pasión por emitir un juicio y deviene suasoria. El castellano más dialogante y sutil, el más capaz de un juego dilatador de posibles coloquios infinitos, es la difícil sencillez de Borges.
¿Pero hay coloquios posibles, verdaderos, sin pasión que los reactive? Ante la historia parecería que Borges se siente después de la historia, o al margen, saboreando la agridulce atmósfera del presente. Puede desconcertar (¿todavía?) su utópico no ha lugar de un hombre que está cansado, pero siempre permanecerá con nosotros el sentido, de una lengua recuperada en sus travesías con Melville, Kafka, Henry James o el mismo Julien Green. El don más preciado de la lengua, decía, es la entreverada conjugación de la memoria y del olvido. No hecha, por supuesto, coágulo de agravios ni arsenal de deslumbramientos áureos, sino comunicación fluida de bondad e inteligencia según la ley rigurosa de Cervantes, como dijo Luis Cernuda. Ése es el único diccionario de un presente navegable. Vivir y ver; y saber, con Borges, de esa fragua, esa luna y esa tarde.
En El País, Madrid, 26 de agosto de 1985
Jorge Luis Borges, 1932, 
 Alamy Stock Photo


4/9/17

Jorge Luis Borges: "Quisiera hacerme invisible" [Entrevista con Carlos Ares, 24 de agosto de 1985]






Tal como lo había anticipado al mediodía, del sábado pasado cuando cumplió 86 años, el escritor argentino Jorge Luis Borges salió de su casa, en pleno centro de Buenos Aires, y no volvió a aparecer hasta la madrugada del domingo. Apoyado sobre su bastón y colgando de su leal secretaria, María Kodama, partió con rumbo desconocido. Borges quiere estar solo y no entiende el empeño de la gente por conocerle: "Quizá les preocupe que sea un fantasma del siglo pasado". El escritor asegura: "No existo". Y hace ya unos días había confesado sus deseos: "Quisiera hacerme invisible".
No se hizo invisible, pero decidió esconderse: "El único que sabrá dónde estoy es el reloj de arena que me regaló María Kodama, réplica de uno que tenía Kipling. Mire cómo la arena cae lentamente: dura una hora de cada lado. Pase, está allí, en mi cuarto, podrá contemplarlo cuanto quiera"."¿Estamos ahora solos usted y yo?", pregunta luego, en la intimidad del modesto cuarto. Y se alivia al comprobarlo: "Es mejor así, siempre me veo rodeado de gente que no conozco. Estoy viajando demasiado y ya me canso un poco físicamente. No sé por qué todos quieren conocerme si yo he hecho lo posible por estar solo. Si no he seguido escribiendo fue para que los jóvenes tuvieran la oportunidad de leer a otros. Pero no sé..., supongo que les preocupa la idea de que soy un fantasma del siglo pasado".
Se sienta luego en uno de los sillones del cuarto de estar, todos enfundados en limpias, viejas y sencillas telas de género gris. El teléfono se conecta a través de un largo y revuelto cable prolongador con un enchufe de plástico. Su empleada de hace 30 años, Fanny, lo atiende desde la cocina. En uno de los sillones hay una mujer joven que se presenta como poetisa y que le trae de regalo un poema suyo, "dedicado con amor", y una caja de bombones de trufa elaborados por ella misma. "¡Qué empeño!", dice Borges. La poetisa no cede, y lee sus versos en voz alta. "Es como una serenata", agrega Borges. A la segunda línea de versos, la interrumpe: "Esas palabras [lumínica y báculo] son muy desafortunadas", le dice con una sonrisa. La poetisa acusa el golpe con estoicismo y mira nerviosamente a los inesperados testigos que ocupan la sala. Hay allí, casualmente convocados por Borges, un señor de alguna organización cultural que viene a invitarle a una conferencia, un turista colorido que pasó por allí por la mañana y llamó al timbre de la casa de Borges y amigos y periodistas desconocidos que circulan sin direcciones obligatorias. La poetisa quiso que Borges comiera las trufas: "No me gustaron nunca", dijo él.

Proverbio chino

El señor de la agrupación cultural, de apellido británico, buscó un atajo complaciente y le habló en ese idioma. Borges, distraído, le hacía repetir cada tanto una palabra. De pronto, le rozó la muerte: "En el transcurrir de una larga vida, uno se impacienta frente a la muerte. He aprendido a sobrevivir recordando un proverbio chino: 'Nadie es tan viejo que no se pueda morir el año que viene y nadie es tan joven que no se pueda morir mañana'". No espera regalos o, por lo menos, dice que no los espera. Y le molesta particularmente "esa gente que hace versos, que me dedica sus cosas, bien intencionadas, pero tan malogradas". En la sala no hay ninguna señal de que allí vive uno de los grandes escritores contemporáneos, a pesar de la Academia Sueca. "Creo que ahora estoy recibiendo premios de otros países gracias a la deferencia de no concederme el Nobel. Todos se consideran obligados a compensarme". Alguien le recuerda nuevamente los 86 años. "No se preocupe por saludarme, no existo. A mi edad, es una vergüenza celebrar el cumpleaños. Es injusto".
En El País, Madrid, 26 de agosto de 1985
Jorge Luis Borges junto a María Kodama - Foto CeDoc Perfil


3/9/17

Jorge Luis Borges: La brioche







Piensan los chinos, algunos chinos han pensado y siguen pensando que cada cosa nueva que hay en la tierra proyecta su arquetipo en el cielo. Alguien o Algo tiene ahora el arquetipo de la espada, el arquetipo de la mesa, el arquetipo de la oda pindárica, el arquetipo del silogismo, el arquetipo del reloj de arena, el arquetipo del reloj, el arquetipo del mapa, el arquetipo del telescopio, el arquetipo de la balanza. Spinoza observó que cada cosa quiere perdurar en su ser; el tigre quiere ser un tigre, y la piedra, una piedra. Yo, personalmente, he observado que no hay cosa que no propenda a ser su arquetipo y a veces lo es. Basta estar enamorado para pensar que el otro, o la otra, es ya su arquetipo. María Kodama adquirió en la panadería Aux Brioche de la Lune esta gran brioche y me dijo, al traérmela al hotel, que era el Arquetipo. Inmediatamente comprendí que tenía razón. Mire el lector la imagen y juzgue.






En Atlas, con María Kodama
©1984, Borges, Jorge Luis
©1984, Edhasa
 


Foto ariba: María Kodama en Palermo (Sicilia) 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos 

Abajo: La Brioche incluida en Atlas Vía



2/9/17

Jorge Luis Borges: Versos de catorce








A mi ciudad de patios cóncavos como cántaros
y de calles que surcan las leguas como un vuelo,
a mi ciudad de esquinas con aureola de ocaso
y arrabales azules, hechos de firmamento,

a mi ciudad que se abre clara como una pampa,
yo volví de las viejas tierras antiguas del naciente [occidente]*
y recobré sus casas y la luz de sus casas
y esa modesta luz que urgen [y la trasnochadora luz de]** los almacenes

y supe en las orillas, del querer, que es de todos
y a punta de poniente desangré el pecho en salmos
y canté la aceptada costumbre de estar solo
y el retazo de pampa colorada de un patio.

Dije las calesitas, noria de los domingos,
y el paredón que agrieta la sombra de un paraíso,
y el destino que acecha tácito, en el cuchillo,
la noche olorosa como un mate curado.

Yo presentí la entraña de la voz las orillas,
palabra que en la tierra pone el azar del agua
y que da a las afueras su aventura infinita
y a los vagos campitos un sentido de playa.

Así voy devolviéndole a Dios unos centavos
del caudal infinito que me pone en las manos.



Nota:
Los asteriscos indican los cambios que hizo el autor en 1969 a la edición de 1925
*     yo volví de las viejas tierras antiguas del Occidente
**  y la trasnochadora luz de los almacenes


En Luna de enfrente (1925)

Foto: Ficheros que registran obras de Jorge Luis Borges 
en los archivos de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires


1/9/17

Jorge Zavaleta Balarezo: Borges. Del cine a la literatura o viceversa: la obsesión “visual”







[...] En otro nivel de análisis, ubicamos a un Borges que, entre lo visual del cine y lo visual de la narración literaria, encuentra su propia y original expresión creativa. David Oubiña se refiere críticamente a esta relación al señalar que, para Borges, el cine es “una otredad sorprendente aunque no exenta de vulgaridad, un modelo envidiado y una influencia endemoniada contra la cual la literatura debe recortar y redefinir su especificidad” (133-34). Pero si sólo pensáramos en una “rivalidad” entre el cine y la literatura—una idea que, creemos, no estuvo presente nunca en Borges— el diálogo entre estas artes quedaría recortado, se volvería obtuso.

Al contrario, en cuentos como El inmortal, Borges demuestra una especificidad, sí, pero acompañada de una delectación por narrar, por contar una historia, por hacernos partícipes de sus causas y consecuencias. Al igual que el cine, la literatura opera para Borges como un artefacto cultural que llama al discernimiento y al raciocinio, pero al mismo tiempo constituye un producto anclado en una tradición clásica. Una tradición que se genera tanto en Occidente (con la influencia de los filósofos griegos y pasa por Carlyle, De Quincey, Stevenson, Chesterton y muchos otros) como en Oriente (un ejemplo es su preferencia casi obsesiva por Las mil y una noches).

Oubiña cree que Borges aprovecha los recursos del cine, y se sirve de este arte: “el vínculo se sostiene sobre un gran malentendido, porque Borges no ve en el cine otra cosa que un avatar de la literatura. Reinvierte lo que ve en la pantalla (esas “chirolas” de las imágenes) en la cuenta de los textos” (138). Pero el entusiasmo mostrado en la descripción y narración de las reseñas demuestra otra intención.

Borges está “en” el cine, disfrutándolo, apasionándose con él, actuando como uno de esos tempranos espectadores atentos a los nuevos hallazgos del cinematógrafo, a un arte que con la incorporación del sonido ha ampliado sus posibilidades expresivas. Borges sabe que el cine puede avanzar más rápido pero nunca más allá que la literatura. El cine aún es muy joven y apenas está ensayando o incorporando algunas intenciones, quizá ciertas excentricidades. Oubiña dice que Borges tiene un estrecho marco de intereses, todos sujetos o dependientes de la literatura y “ve los films sub especie literaria” (138).

En los tiempos de globalización y posneoliberalismo que nos ha tocado afrontar, y en los cuales el capitalismo tardío —según el concepto de Fredric Jameson— ha alcanzado su etapa más elaborada, cabría preguntarse si el cine, ahora mismo, no está cumpliendo la función que la literatura tenía durante el siglo XIX, las primeras décadas del siglo veinte o, por ejemplo, durante el esplendor del boom. La última narrativa latinoamericana, sus éxitos, sus crisis y desencuentros, como parte de un sistema más abarcador y global (pero no a la manera exclusivista, homogeneizadora y europea que plantea Pascale Casanova en The World Republic of Letters) ha desembocado, como otras literaturas nacionales y continentales, en un producto más específico pero no necesariamente masivo ni mayoritario, que crea desde una elite, un “gusto”, no necesariamente “popular”. El rol de los medios masivos de comunicación, encuentra su raíz en el desarrollo de la imprenta, a la cual un pensador como Benedict Anderson atribuye un papel determinante en la formación de identidades nacionales o “comunidades imaginadas”, y con el transcurso de los años se amplía y expresa en la radio, la televisión y, para el caso que nos interesa, en el cine, que vislumbra —según creo— un amplio espectro de receptores y consumidores pero al mismo tiempo limita el espacio, con todo más breve y a veces más valioso, de la literatura. Una pregunta válida es si el cine al final, como una técnica que depende de la ilusión audiovisual, no es sino otra forma, más avanzada y posmoderna de literatura.

Otro aspecto de esta permanente retroalimentación, a la que también podríamos llamar un “pacto” —la relación que se genera entre el espectador fiel y el cine incluso como un fetiche— es la forma en que Borges adecua, cada vez más a su propia manera de entender sus aproximaciones narrativas, la forma en que el cine cuenta historias. Cozarinsky fue el primero en advertir cómo Borges asumía el hecho cinematográfico en la construcción de sus narraciones a partir del prólogo que el narrador argentino escribe para la primera edición de Historia universal de la infamia. En éste señala:
Los ejercicios de prosa narrativa que integran este libro fueron ejecutados de 1933 a 1934. Derivan, creo, de mis relecturas de Stevenson, Chesterton y aun de los primeros films de von Sternberg y tal vez de cierta biografía de Evaristo Carriego. Abusan de algunos procedimientos: las enumeraciones dispares, la brusca solución de continuidad, la reducción de la vida entera de un hombre a dos o tres escenas. (Borges, Historia 7)

En la especificidad del procedimiento encontramos la clave de la organización narrativa de las ficciones de este libro. Como en el cine, que conoce muy bien y que ve con el detalle de un analista, Borges captura el poder de síntesis. El diseño de las “escenas” es un punto básico. Apenas la mención de un elemento, un adjetivo, una breve descripción. Elegir una situación supone adaptarla. Borges, ahora con la influencia admitida del cine, se preocupa —se esmera— por narrarnos episodios concretos, casi matemáticos.

En “El espantoso redentor Lazarus Morell”, cuyas fuentes son un relato de Mark Twain y una biografía sobre este autor norteamericano, Borges va paso a paso, definiendo las “escenas”, a las que titula, sucesivamente: “la causa remota”, “el lugar”, “los hombres”, “el método”, “la libertad final” y “la catástrofe”. Como puede advertirse, todos los elementos de la historia —su disposición exacta—, están concebidos a la manera de un argumento cinematográfico. Este argumento entonces, debe mostrarse, visualizarse. El procedimiento se apoya, unas veces, en la enumeración, como en el primer párrafo, del cual citamos un extracto y que le va a dar sentido al resto del relato: “A esa curiosa variación de un filántropo debemos infinitos hechos: los blues de Handy, el éxito logrado en París por el pintor oriental D. Pedro Figari, la buena prosa cimarrona del también oriental D. Vicente Rossi, el tamaño mitológico de Abraham Lincoln...” (Borges, “El espantoso redentor” 17-18).

Cada elemento enumerado va a suponer una imagen que conduce a otra historia, siempre conectada pero a veces lejana. La enumeración llama a las imágenes, y estas constituyen una evocación permanente. Borges traza y teje así las redes de otro mundo, paralelo e infinito, de enorme potencia cinética, en el cual la memoria y el sentido de lo lúdico juegan un rol expresamente estético pero también filosófico. En este cuento las descripciones del Mississippi, de sus límites —esos límites reales y artificiales que los hombres cruzan— así como la presencia de Morell son dignas, ellas también, de un argumento fílmico. Es más, siempre en relación con la imagen, el narrador nos dice: “Los daguerrotipos de Morell que suelen publicar las revistas americanas no son auténticos” (Borges, “El espantoso redentor” 21).

Borges está, también en la literatura, o desde la literatura, hablando de la fidelidad de la imagen. Si ésta es fiel a sí misma en los filmes que comenta, quizá en otros contextos —el de la “realidad” de este cuento, por ejemplo— quizá no lo sea. El momento previo al final del relato que lleva el subtítulo de “la catástrofe”, sugiere asimismo una dirección bastante gráfica. El narrador opera a la manera del objetivo de una cámara, buscando realismo, veracidad, fijándose en los detalles, asegurando la posteridad desde el registro exacto del instante, “Morell estuvo escondido ese tiempo en una casa antigua, de patios con enredaderas y estatuas, de la calle Toulouse. Parece que se alimentaba muy poco y que solía recorrer descalzo las grandes habitaciones oscuras, fumando pensativos cigarros” (Borges, “El espantoso redentor” 27).

El regocijo por el detalle en la descripción, a la manera de una película compuesta, una y otra vez, de planos específicos de un elemento, asegura la solidez del relato, busca respaldar una requerida verosimilitud. Borges trabaja las “imágenes” como si él mismo fuera el director de fotografía de una película: los patios, como se comprueba, tienen “enredaderas y estatuas”, el hombre recorre “descalzo” las “grandes habitaciones oscuras”.

Cada palabra remite a una toma, a un detalle de la cámara, a un esfuerzo por fijarse en lo más mínimo, a hacer de la palabra —de la verbalización y la descripción— un hecho que viene y “va” hacia otro lenguaje, el del cine. La trama, así, se convierte, en esta sucesión de detalles, como en von Sternberg, en una pequeña “novela realista”. Borges descubre e impone un estilo. El lenguaje cinematográfico, del cual también participan esos experimentos con el montaje a la manera de un Eiseinstein, halla en Borges a un aplicado precursor, que se sirve de la imagen en tanto propósito descriptivo y también discursivo. Los momentos previos al final del cuento son, asimismo, deudores de esa naciente tradición cinematográfica que Borges no duda en admirar. Si en 1941 va a llamar a Citizen Kane un filme “abrumador”, en “El espantoso redentor Lazarus Morell” certificamos que todo el cine que Borges conoce y consume es para él de alguna forma igualmente abrumador, un espectáculo que le resulta insólito y enajenante desde su extrañeza, donde halla cada vez con más frecuencia los recursos necesarios para su propia expresión.

Si el cine representa para Borges un aporte múltiple e indispensable, la literatura ha jugado en su obra un rol aún más determinante. Incluso en el terreno de lo visual, la influencia proviene sí, del cine, pero también —y antes— de la literatura, como lo ha demostrado Daniel Balderston al recordar la relación entre Stevenson y Borges, quien consideraba a aquel su autor favorito: “Borges se refiere especialmente al uso de imágenes visuales para fijar episodios clave en la memoria del lector” (Balderston 45). Imagen, visión, memoria, recuerdo, todos son elementos de un mismo sistema.

David Oubiña recuerda una cita en el diario de Bioy Casares en lo que para el crítico significa un hecho decisivo en más de un sentido: “Borges fue al cinematógrafo y casi no vio nada” (Bioy 112). Para Oubiña esta información no tiene que ver sólo con las consecuencias del desprendimiento de retina que había sufrido el autor poco tiempo atrás sino con el cine que no verá en el futuro.

Lo que Borges se “perderá” del cine representa una ausencia que lo limitaría como crítico: esto es el neorrealismo italiano, la Nueva Ola francesa, ya no digamos el cine independiente norteamericano que comienza a gestarse en la década de 1960, en protesta por la guerra de Vietnam y en medio de la contracultura hippie. Pero ese no es un hecho decisivo, como no lo es tampoco (y en el que sin embargo Oubiña insiste en un afán de “evaluar” el poco conocimiento de un cine “refinado” en Borges) el hecho de haber trabajado con Ulises Petit de Murat quien fuera, en los años 30 y 40
probablemente el más reconocido adaptador del cine argentino, lo cual —para Bioy— significa: un divulgador encargado de convertir clásicos literarios como Martín Fierro, El santo de la espada o La guerra gaucha en éxitos populares, un mediador que acerca la literatura a las masas pero cuyo prestigio de segunda mano está destinado al medio pelo. (Oubiña 143)

La pregunta, válida y necesaria, es si este “acercar la literatura a las masas” tiene un modelo ideal, o, dicho de otro modo, si todo acercamiento, toda adaptación-interpretación literaria a la pantalla no es por lo general una “traición al texto” en la medida que significa traducir de un lenguaje a otro. A Borges no se le puede juzgar sólo por su asociación con Petit de Murat, sino a partir de sus propias convicciones cinéfilas. Lo demás, son hechos circunstanciales.

Balderston revela, por otra parte, que ya antes de Historia universal de la infamia, Borges escribe un ensayo sobre el uso de imágenes visuales, durante su periodo ultraísta. Parte de este texto dice:
Nuestra memoria es, principalmente, visual y secundariamente auditiva. De la serie de estados que eslabonan lo que denominamos conciencia, sólo perduran los que son traducibles en términos de visualización o de audición... Ni lo muscular ni lo olfatorio ni lo gustable, hallan cabida en el recuerdo, y el pasado se reduce, pues, a un montón de visiones barajadas y a una pluralidad de voces. Entre éstas tienen más persistencia las primeras, y si queremos retrotraernos a los momentos iniciales de nuestra infancia, constataremos que únicamente recuperamos unos cuantos recuerdos de índole visual...(citado en Balderston 56)

A propósito del quehacer ficcional borgiano, Balderston señala que “la palabra escrita seduce al lector con imágenes visuales que, aunque enteramente imaginarias, son irresistibles” (57). Asimismo, al referirse a pasajes de “La muerte y la brújula” y “El Sur”, el propio Balderston anota:
En estas y otras descripciones similares, las series de verbos en pretérito perfecto hacen que las visiones sean nítidas pero consecutivas: momentos relampagueantes que parecen casi simultáneos por yuxtaposición pero que son consecutivos debido al tiempo del verbo. La obvia analogía es con el montaje cinematográfico rápido de Eisenstein y Sternberg. Esta analogía está confirmada por la insistencia en que el observador se parece al “ojo de una cámara”: es estático, receptivo, no parpadea. (60)

Habría que añadir, sobre este punto, el uso del “flashback” en distintas “escenas” de la obra de Borges. Estas son narradas en pretérito y, a partir de allí, remiten a lo que podríamos llamar un “pasado dentro del pasado”. El “salto hacia atrás” intenta ubicar instantes precisos y quizá definitivos en el relato, reactualizando permanentemente la acción a través del “relampagueante” y fugaz recuerdo de un personaje. Estamos hablando de un procedimiento eminentemente cinematográfico, que, bien utilizado, cautiva y sorprende. Por ejemplo, contada en retrospectiva, la visión de El Aleph, provoca en Borges un éxtasis visual incomparable, inédito:
Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa de Fray Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré. . . (Borges, “El Aleph” 170)

La acumulación y superposición de elementos, y por lo tanto de conceptos, llama a una mirada panorámica que, al mismo tiempo, busca la especificidad, el mínimo detalle. Como el objetivo de la cámara que registra acaso fríamente los hechos de la “realidad”, la visión de Borges en “El Aleph” connota una seducción cinética, que tiene de ilusión y onirismo, pero que es asimismo una contemplación extática similar a la de una gran película, sólo que esta vez la película significa, contiene y es el infinito.

Refiriéndose a Stevenson y a Borges, a la influencia de uno sobre otro, y a su gusto por lo visual, Balderston recuerda que “en vez de describir lenta y cuidadosamente una escena, ambos escritores prefieren ponerla en movimiento prestando atención al contraste, iluminando detalles visuales brillantes (y fácilmente imaginables por el hecho de ser escasos) y gestos melodramáticos” (61).

“Movimiento”, “contraste” e “iluminación” resultan así elementos básicamente cinematográficos. A propósito de la crítica a Citizen Kane hablamos de la idea de desplazamiento que cautiva a Borges en el sentido de progreso de la acción (narrativa) como del avance o deterioro moral de una vida. El movimiento plantea el ser de la acción en sí mismo. “Contraste” no sólo es poner en contradicción dos elementos, dos personajes, o dos situaciones, es llenar el encuadre de color, o de blanco y negro, y calcular sus grados, sus niveles de intensidad, de saturación. La iluminación apunta a “esclarecer” los aspectos más recónditos. La terminología usada por Balderston contribuye a estrechar el vínculo de las narraciones borgianas con su sentido cinematográfico.

Si pensamos en cineastas marcadamente “visuales” como Dreyer, Bresson, Visconti, Godard o más recientemente Scorsese e incluso Tarantino, comprobaremos cómo la energía de una obra artística se manifiesta en toda su dimensión, a partir de una imaginería muy concentrada y pensada en la delectación del espectador, una noción vinculada a otros elementos del sistema de gestación y producción artística e industrial del cine: el guión, los personajes, la música incidental... el público a quien, específicamente, se dirige esta película. Como ya hemos advertido en segmentos de “El espantoso redentor Lazarus Morell”, en un pasaje de “El milagro secreto”, de acuerdo a la misma interpretación, Borges acude a “iluminar” los detalles:
El sargento miró el reloj: eran las ocho y cuarenta y cuatro minutos. Había que esperar que dieran las nueve. Hladík, más insignificante que desdichado, se sentó en un montón de leña. Advirtió que los ojos de los soldados rehuían los suyos. Para aliviar la espera, el sargento le entregó un cigarrillo. Hladík no fumaba; lo aceptó por cortesía o por humildad. Al encenderlo, vio que le temblaban las manos. El día se nubló; los soldados hablaban en voz baja como si él ya estuviera muerto. Vanamente, procuró recordar a la mujer cuyo símbolo era Julia de Weidenau... (Borges, “El milagro secreto” 145)

La escena está colmada de cualidades cinematográficas. Nuevamente se pone en marcha el operativo de una perfecta secuencialidad y la presencia de la mirada se vuelve central, dinamizando la acción: los hechos que transcurren, incesantes; el sargento que “mira” el reloj, el cual incluso podemos ver “en detalle”, marcando una hora exacta. A su vez Hladík “ve” los ojos de los soldados. Cuando enciende el cigarro “ve” que le tiemblan las manos. Finalmente acude a su propia memoria, que es otra forma de visualizar, para recordar a la mujer. Borges es consciente de este arduo y complejo proceso de composición que, nuevamente, poniéndolo en paralelo y en diálogo con el lenguaje cinematográfico, adquiere un carácter de ritual. Una cámara que se acerca, inquietante y curiosa, a los rostros de los personajes, tratando de descubrir en su mirada, o en sus gestos a veces inciertos, lo que están pensando.

La cámara —la pluma y la mente creativa de Borges— no sólo trata de fijar sino busca eternizar, dejar huella. El proceso se consolida y se hace aún más complejo cuando se extiende en otras direcciones. Con los detalles, por ejemplo, que reflejan movimientos aun mínimos, como el hecho de que el sargento le ofrezca a Hladík un cigarrillo y que este lo encienda: esos actos nos dan incluso una idea de color y olor, de una íntima, casi secreta sensibilidad, y luego ese retorno a las miradas, y al final ese extravío en la conciencia íntima que es el recuerdo.

Y si, como hemos sostenido hasta aquí, la febril actividad literaria de Borges es indesligable de una marcada influencia del cine, el diario de Adolfo Bioy Casares registra algunos momentos concretos de esta relación. Por ejemplo, la primera alusión al cine, está fechada del viernes 10 al sábado 25 de febrero de 1950: “Hasta el domingo trabajamos en el resumen del argumento para un film, El paraíso de los creyentes (que habíamos comenzado en Buenos Aires, uno o dos años antes) (Bioy 47). El trabajo en el “argumento”, ya mencionado al principio de este ensayo, revela, de nuevo, que Borges sí está comprometido con el cine. Más allá de ser el espectador activo, que vuelca sus opiniones en puntuales reseñas, busca adentrarse en un sistema de producción, en involucrarse en el “misterio” de las películas. Para ello, la mejor fórmula que encuentra es escribir una historia propia, en colaboración con su mejor amigo.

El 18 de junio de 1958 Bioy anota una observación de Borges que nos muestra al escritor hablando de las posibilidades de una “puesta en escena”, para usar el término acuñado por el crítico André Bazin, donde problematiza las limitaciones estéticas de un filme, cuyo argumento lo molesta:
Hablamos de un film. De los Apeninos a los Andes, que hacen italianos y argentinos, en el que trabaja Laura Saniez. Trata de un chico, que viene de Italia buscando a su madre. Laura refiere que la busca lleva al chico hasta las cataratas del Iguazú; hasta una procesión, en Jujuy, de la Virgen de Tilcara; hasta una cacería del cóndor en los Andes. Borges observa después: “Ese director debe de ser un bruto. Si aprovecha la busca del chico para mostrar lugares atrayentes para el turismo, el argumento se va al demonio. . . Ya no importa el chico, ni hay ansiedad porque encuentre a su madre. Además, ¿por qué la cacería del cóndor va a ser estéticamente interesante? (Bioy 456)

Como último ejemplo, y como anticipo a lo que diremos en las siguientes líneas, tomamos otra anotación registrada por Bioy en la que Borges discute la calidad de un filme de suspenso y ensaya explicaciones:
Me cuenta que anoche vieron con Mariana Grondona un thriller francés. BORGES: “A uno lo dejan engañarse solo. Nadie dice mentiras. Tomás las cosas for granted y al final recibís una gran sorpresa. Es verdad que Mariana me dijo que ella sospechó desde el principio. Es claro que dijo esto ex post facto. La gente no quiere ser engañada. Sin embargo no van a ver un thriller con otro propósito”. (Bioy 1132)

En esta cita advertimos varios temas: el permanente escepticismo de Borges, su discusión del cine ya no como mera ilusión y entretenimiento sino como un trucaje. Y el hecho, omnipresente, de que el cine atraiga a la gente, de cualquier modo.


Obras citadas 

Anderson, Benedict. Imagined communities: Reflections on the Origin and Spread of Nationalism. London & New York: Verso, 1991.
Balderston, Daniel. El precursor velado: R. L. Stevenson en la obra de Borges. Eduardo Paz Leston, trad. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1985. Véase Introducción.
Bioy Casares, Adolfo. Borges. Daniel Martino, ed. Barcelona: Destino, 2006.
Borges, Jorge Luis. “Prólogo a la primera edición”. Historia universal de la infamia. 7-8.
———. “El espantoso redentor Lazarus Morell”. Historia universal de la infamia. 17-29.
———. “El inmortal”. El Aleph. 7-28.
———. “El Aleph”. El Aleph. 155-74.
———. “El milagro secreto”. Ficciones. 139-47.
———. “El jardín de senderos que se bifurcan”. Ficciones. 84-97.
———. El Aleph.1949. Buenos Aires & Madrid: Emecé & Alianza Editorial, 1985.
———. Ficciones.1944. Bogotá: La Oveja Negra, 1984.
———. Historia universal de la infamia. 1954. Buenos Aires & Madrid: Emecé & Alianza Editorial, 1991.
Casanova, Pascale. The World Republic of Letters. Cambridge: Harvard UP, 2004.
Cozarinsky, Edgardo. Borges y el cine. Buenos Aires: Sur, 1974.
Jameson, Fredric. Postmodernism, or, The Cultural Logic of Late Capitalism. Durham: Duke UP, 1991.
Oubiña, David. “El espectador corto de vista: Borges y el cine”. Variaciones Borges 24 (2007): 133-52.


Véase del mismo autor y obra: «El jardín de senderos que se bifurcan». Modelo para un filme

En Borges y el cine: imaginería visual y estrategia creativa
Zavaleta Balarezo, Jorge, University of Pittsburgh, 2010
Fuente

Dibujo: Borges por Alma Rosa Pacheco Marcos Vía


31/8/17

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Jueves, 15 de diciembre de 1955)






Jueves, 15 de diciembre. Comen en casa los Mallea, Gustavo Casares, Alicia Jurado, Borges. Gustavo pondera a España: «Qué lujo. Y qué miseria. En la iglesia de no sé qué pueblito, había que ver la plata del altar y las diademas de la Virgen y uno salía ¡y qué miseria! La gente no había cambiado: era la misma del tiempo del Greco. Había un cura flaco, vestido de negro, y seguido de otro cura, de colorado, y de no sé cuántos monaguillos. Y estaban —están por todas partes, en España— los enanos y las meninas de Velázquez: los quasimodos más horrorosos. El dominio de la Iglesia es impresionante: tienen a la gente en un puño, se meten en todo y embuchan el dinero». BORGES: «Enumera horrores como si fueran ventajas y virtudes». 
HELENITA MALLEA: «A María Elena Walsh la corrieron porque bajó de pantalones. Qué maravilla un pueblo que conserva así la manera de ser». BORGES: «Entre los esquimales encontrará aún más prejuicios ». HELENITA: «No me hable de esquimales: viven en lugares fríos y a mí el frío —brrrrr— me horroriza». Hablaron de lugares en donde uno viviría; yo menciono Inglaterra, Francia, Italia, Suiza, España; Borges está de acuerdo: Inglaterra, Suiza, España le gustan para vivir, pero «¿quién puede vivir fuera de Buenos Aires?», agrega. Helenita y Gustavo consideran que vivir en Inglaterra no sería posible. HELENITA: «Los ingleses no son hombres; ni muertos, son muertos». Se habla de fantasmas. Todos quisieran creer. Se habla del almirante Martínez, que se suicidó. GUSTAVO: «Le iban a hacer un tribunal de honor». HELENITA: «¿Qué es un tribunal de honor?». GUSTAVO: «Es la degradación, que le hicieron a Toranzo Calderón, antes, y ahora a Perón y a Teisaire. Yo no sé por qué se la iban a hacer a Martínez. Él se apenó mucho por lo de Teisaire. Era amigo de Teisaire y de Remorino. No se metía mucho en política. Lo que él quería era ser lo que ahora es Rojas: jefe de la flota. Fue eso: jefe de la flota. Era un hombre modesto. Le dieron la dirección de la [fábrica de cerveza] Quilmes, con veinticinco mil pesos mensuales». MALLEA: «No era tan modesto entonces». GUSTAVO: «Sí. Siguió en el mismo departamento». BORGES: «Además de peronista y de voraz, avaro». GUSTAVO: «Yo siempre digo: se puede ser peronista, allá ellos, pero lo que no es posible es ser peronista y estar en sociedad».



Texto y foto de Bioy Casares y Borges en Librería de la Ciudad en 1979
En Bioy Casares, Adolfo; Borges
Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006


30/8/17

Jorges Luis Borges: La Recoleta









Convencidos de caducidad
por tantas nobles certidumbres del polvo,
nos demoramos y bajamos la voz
entre las lentas filas de panteones,
cuya retórica de sombra y de mármol
promete o prefigura la deseable
dignidad de haber muerto.
Bellos son los sepulcros,
el desnudo latín y las trabadas fechas fatales,
la conjunción del mármol y de la flor
y las plazuelas con frescura de patio
y los muchos ayeres de la historia
hoy detenida y única.
Equivocamos esa paz con la muerte
y creemos anhelar nuestro fin
y anhelamos el sueño y la indiferencia.
Vibrante en las espadas y en la pasión
y dormida en la hiedra,
sólo la vida existe.
El espacio y el tiempo son formas suyas,
son instrumentos mágicos del alma,
y cuando ésta se apague,
se apagarán con ella el espacio, el tiempo y la muerte,
como al cesar la luz
caduca el simulacro de los espejos
que ya la tarde fue apagando.
Sombra benigna de los árboles,
viento con pájaros que sobre las ramas ondea,
alma que se dispersa en otras almas,
fuera un milagro que alguna vez dejaran de ser,
milagro incomprensible,
aunque su imaginaria repetición
infame con horror nuestros días.
Estas cosas pensé en la Recoleta,
en el lugar de mi ceniza.



En Fervor de Buenos Aires (1923)

Foto: Isaías Garde: Cementerio de La Recoleta, 2012 
Fuente: Visto en Baires


29/8/17

Jorge Luis Borges: Ante la ley [Traducción de «Vor dem Gesetz» de Franz Kafka]






Hay un guardián ante la Ley. A ese guardián llega un hombre de la campaña que pide ser admitido a la Ley. El guardián le responde que ese día no puede permitirle la entrada. El hombre reflexiona y pregunta si luego podrá entrar. ‘Es posible’, dice el guardián, ‘pero no ahora’. Como la puerta de la Ley sigue abierta y el guardián está a un lado, el hombre se agacha para espiar. El guardián se ríe, y le dice: ‘Fíjate bien: soy muy fuerte. Y soy el más subalterno de los guardianes. Adentro no hay una sala que no esté custodiada por su guardián, cada uno más fuerte que el anterior. Ya el tercero tiene un aspecto que yo mismo no puedo soportar’. El hombre no ha previsto esas trabas. Piensa que la Ley debe ser accesible en todo momento a todos los hombres, pero al fijarse en el guardián con su capa de piel, su gran nariz aguda y su larga y deshilachada barba de tártaro, resuelve que más vale esperar. El guardián le da un banco y lo deja sentarse junto a la puerta. Ahí, pasa los días y los años. Intenta muchas veces ser admitido y fatiga al guardián con sus peticiones. El guardián entabla con él diálogos limitados y lo interroga acerca de su hogar y de otros asuntos, pero de una manera impersonal, como de señor poderoso, y siempre acaba repitiendo que no puede pasar todavía. El hombre, que se había equipado de muchas cosas para su viaje, se va despojando de todas ellas para sobornar al guardián. Éste no las rehusa, pero declara: ‘Acepto para que no te figures que has omitido algún empeño.’ En los muchos años el hombre no le quita los ojos de encima al guardián. Se olvida de los otros y piensa que éste es la única traba que lo separa de la Ley. En los primeros años maldice a gritos su destino perverso; con la vejez, la maldición decae en rezongo. El hombre se vuelve infantil, y como en su vigilia de años ha llegado a reconocer las pulgas en la capa de piel, acaba por pedirles que lo socorran y que intercedan con el guardián. Al cabo se le nublan los ojos y no sabe si éstos lo engañan o si se ha obscurecido el mundo. Apenas si percibe en la sombra una claridad que fluye inmortalmente de la puerta de la Ley. Ya no le queda mucho que vivir. En su agonía los recuerdos forman una sola pregunta, que no ha propuesto aún al guardián. Como no puede incorporarse, tiene que llamarlo por señas. El guardián se agacha profundamente, pues la disparidad de las estaturas ha aumentado muchísimo. ‘¿Qué pretendes ahora?’, dice el guardián; ‘eres insaciable’, ‘Todos se esfuerzan por la Ley’, dice el hombre. ‘¿Será posible que en los años que espero nadie ha querido entrar sino yo?’ El guardián entiende que el hombre se está acabando, y tiene que gritarle para que le oiga: ‘Nadie ha querido entrar por aquí, porque a ti solo estaba destinada esta puerta. Ahora voy a cerrarla’.



En El Hogar, 27 de mayo de 1938.
Luego en  Antología de la literatura fantástica, en col. con A.Bioy Casares y S. Ocampo (1977)
Versión castellana de Kafka, Franz; «Vor dem Gesetz», Berlín, junio de 1914
Mural Borges Kafka, por Leonardo Polesello, II Bienal Borges - Kafka, Buenos Aires, mayo de 2010
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