28/5/17

Joaquín Soler Serrano: Simplemente, Borges






«Mi maestro Rafael Cansinos Assens habló una vez
de mi estilo numismático. Es una linda frase. 
Ojalá yo hiciera monedas».


Toda entrevista es un poco como un match. Está uno lleno de preocupaciones e inquietudes, derivadas de un sentido de la responsabilidad que se hace cada día más exigente, y, en especial, cuando uno conoce sus limitaciones y advierte los abismos que hay entre la talla gigantesca del personaje y la propia y extrema poquedad. El estudio de todos los datos que es posible reunir sobre el invitado, la relectura sistemática de su obra —por copiosa que ésta sea— y el análisis de los textos periodísticos que reflejan críticas, opiniones, ataques y alabanzas constituyen un equipaje elemental, si se quiere, pero indispensable para asistir al tête-à-tête con el entrenamiento necesario.
Pero la inquietud, el nerviosismo, el trac suelen acompañarme hasta que el programa se inicia. Aun a pesar de la previa reunión con el personaje en torno a un almuerzo que hace las veces de «conector» y establece ya los primeros fluidos de la comunicación (o que los reanima y hace más intensos en los casos en que entrevistador y entrevistado tenemos ya un conocimiento anterior), me siento consciente de la dificultad que entraña cada uno de estos encuentros, y de que toda concentración será poca en el empeño de que el personaje nos dé la mayor parte posible de sí mismo, de que no se nos puedan escapar áreas verdaderamente importantes de su vida y, en definitiva, de que se establezca cuanto antes —y ya no se rompa— el «clima» relajado, íntimo, casi confesional, propicio a la evocación y la confidencia.
Todo ello se acrece cuando el personaje tiene la envergadura del genio, como es el caso de Jorge Luis Borges, cuyas pinturas periodísticas nos lo presentaban como un ser arbitrario, de respuestas ácidas y reacciones imprevisibles.
Nuestro primer encuentro se produjo en el restaurante en el que íbamos a almorzar, para pasar seguidamente al estudio número 5 de Prado del Rey. Estaba sentado en mangas de camisa, de espaldas, tenía a su lado a María Kodama, su discípula y colaboradora japonesa, había una silla vacía a su izquierda que me estaba destinada, y en el otro lado de la mesa se hallaba mi compañero Ricardo Arias (que asiste a estos almuerzos para iniciar ya un estudio del rostro, de los gestos faciales, de los ademanes, incluso de la cadencia de sus períodos verbales, lo que le documenta espléndidamente para dar a la realización los planos, luces y tempos que mejor ilustran al espectador sobre el hombre que tiene ante sus ojos) y el equipo de relaciones públicas que ponemos al servicio del invitado desde que aterriza en Barajas.
Debo decir que «conectamos» casi instantáneamente. Comenzamos a hablar en seguida de las cosas más diversas, el maestro me agarró del brazo al cabo de unos minutos e, inclinándose hacia mí, dijo:
No vamos a tener problema. Siento que nos entendemos muy bien.
Y un rato más tarde, cuando ya servían el postre, el viejo minotauro remató su juicio:
Pregúnteme todo lo que quiera, todo, todo… A usted le contesto lo que desee.
Los críticos escribieron que aquel espectáculo fue un verdadero festival intelectual. No sólo Borges se olvidó del reloj y de las cámaras, sino que yo mismo fui arrastrado por aquella corriente avasalladora de talento, de simpatía, de comunicación fácil y profunda, y la entrevista, que debía quedar en una hora, rebasó los noventa minutos.
Desde aquel día, Borges —que era uno de mis escritores predilectos— fue también uno de «mis personajes favoritos». Luego le he visto otras veces, le he entrevistado para «Siete días», para «Perfiles», he conversado con él en hoteles, calles, despachos, recepciones, en su propia casa, y siempre me he sentido conmovido y gozoso de haber obtenido el don de estar tan cerca del mundo borgiano, de haberle escuchado mil cosas fascinantes, y de haberme sentido envuelto en una amistad noble y generosa.
Voy a ver si soy capaz de resumir algunos de los momentos de aquel «A fondo» inolvidable, aunque confieso —esta vez el trac es de otro orden— que difícilmente podré acertar a sugerir la atmósfera densa, brilladora, chisporroteante de un estudio en el que se encendió por hora y media la llama deslumbradora del genio.




Texto introductorio de JSS a su extracto de la primera entrevista (1976)
con JLB para el programa A fondo (TVE), incluido en su libro
Escritores a fondo. Conversaciones con las grandes figuras literarias
de nuestro tiempo. Barcelona, Editorial Planeta, 1986

Foto captura: JLB y JSS entrevista 1976
Video entrevista 1976 completa


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